Mundial '78: un país detrás de otro país

 

 

por León Saint
(julio 2003) 

leonsaint@palalbedrio.com.ar

 

 

Mario Kempes abrió los brazos y corrió, enloquecido por el júbilo, gritando su gol. Y las tribunas explotaron de gozo y felicidad. El que no salta es holandés, el que no salta es holandés. Y Argentina campeón, y tiren, tiren papelitos, que Muñoz se enoja y Clemente festeja. Faltaba un gol más para terminar la obra, pero la borrachera futbolera ya había empapado al país que por primera vez en su historia levantaba la Copa más preciada, la que levantan los más grandes del mundo.

Holanda es el pasado. Ese cuco naranja que por segunda vez consecutiva se queda con el segundo puesto, no pudo con el once comandado por César Luis Menotti. Y entonces hay que salir a la calle, hay que rodear el Obelisco y copar la Plaza de Mayo, vestidos todos de celeste y blanco, gritando dale campeón, dale campeón. Y ahora que vengan esos comunistas a decir que en la Argentina pasan cosas raras, que sigan con esa campaña internacional contra el país. Qué van a decir ahora los periodistas extranjeros sobre el gobierno. La Copa, la Copa, se mira y no se toca.

En eso estaba, entonces, casi toda la Argentina: disfrutando su victoria. Y dale campeón, dale campeón. Porque somos sufridos, porque nos merecemos una alegría, porque en algo nos tiene que ir bien. Es cierto: al pueblo le escasean las buenas. La miseria, la opresión, y las tristezas suelen ser más abundantes por estos lugares.

No era un plan complejo, ni siquiera se necesitaban mentes lúcidas para saber organizarlo. El engaño y la propaganda habían sido una obra perfecta de los nazis durante los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. El libro "Cuando Homero le ganó a Hitler" (Ediciones Corregidor) de los periodistas Rubén Pereyra y Fabián Galdi revela una serie de documentos inéditos que muestran cómo la maquinaria de difusión del régimen intentó ligar su modelo de pensamiento con el de los griegos.

En una de las tantas citas que se realiza en el trabajo, se destaca una por su elocuencia, publicada en la revista de los Juegos de Berlín: "Las artes plásticas, la música y el teatro, los grandes sabios del país y del extranjero darán testimonio de que hemos aprendido en el esplendor de los antiguos juegos olímpicos en los cuales se congregaban los más grandes pintores y escultores, los sabios, escritores y poetas más eminentes y que el pueblo alemán que devolvió al mundo los olímpicos campos de fiesta, hace surgir en el corazón de Alemania un campo que no es indigno del antiguo de Olimpia".

Así como los nazis utilizaron los Juegos Olímpicos de Berlín para afianzar su proyecto hegemónico y asesino, la dictadura militar argentina utilizó el Mundial de fútbol en el mismo sentido, claro que sin compararse con los griegos. La propaganda de la Junta mostraba a una Argentina joven y pujante, que abrazaba a cada visitante, donde la gente era feliz. Más modernizado que los alemanes, Videla contrató a la consultora Burson & Masteller con el fin de contrarrestar la "campaña extranjera anti-argentina", que consistía en denunciar las violaciones a los derechos humanos cometidas durante el gobierno militar.

La Copa del Mundo también tiene fuertes vínculos con el proyecto económico de la oligarquía gobernante. No hay cifras exactas, ni oficiales sobre lo que costó el Mundial. Pero se estima que se fueron unos 700 millones de dólares, cuando en realidad se había presupuestado unos 70. El Ente Autárquico (EAM) del Mundial '78 era el organismo creado por el gobierno para la organización del mundial. Estaba dirigido por un hombre de Massera, el contralmirante Alberto Lacoste.

El gasto para la Copa fue a costa de más endeudamiento para el país. Según datos oficiales, ese año la deuda externa argentina tuvo un incremento de 29,10%, que la llevaba a un total de 12.496 millones de dólares.

En el exterior, Montoneros decidió largar su campaña: "Argentina campeón, Videla al paredón". Otros exiliados pensaban en un boicot a la Copa que nunca se dio. Y ahí nomás de la cancha de River, algunos pensaban en vivir, simplemente en vivir, o en sobrevivir.

El olor nauseabundo no llegaba al Monumental, bien resguardado en los oscuros rincones de la Escuela de Mecánica de la Armada. Un país detrás de otro país. Una Argentina moribunda y torturada detrás de una Nación enérgica y victoriosa. A pocas cuadras de diferencia, el grito de gol se convertía en llanto, en dolor. Y el festejo se hacía pena.

¿Qué hubiera sido del gobierno militar de no haber mediado el triunfo de aquella selección? Una selección que seguramente tenía todo para ganar. Un conjunto de jugadores de gran nivel futbolístico, que tendrán que lidiar con ser, para la Historia, los hombres que consiguieron el triunfo para el Dictador. Es difícil separar el logro deportivo del logro político, pero habría que rescatar a hombres que se dedicaban a jugar a la pelota, y que pensaban desde esa perspectiva.

Ahora bien, hay un sueño, y en el sueño hay que resignar el triunfo de la pelota. Y en ese tren de imaginar, viene la paradoja: la derrota trae la victoria. Entonces, en el sueño, Kempes no sale gritando su gol. La pelota del argentino se va apenas al lado del palo. La selección de Menotti, finalmente, cae vencida ante los holandeses. La tribuna estalla en puteadas. No hay papelitos, ni Clementes. No está Muñoz. No hay campeón, ni dale, dale. Y un grito baja de la popular, digno y persistente. Se va a acabar, se va a acabar.

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