CRIOLLOS, COMERCIANTES Y DOCTORES

 

 

PARA SABER QUIÉNES SOMOS.

 

CRIOLLOS, COMERCIANTES, DOCTORES

 

Ahora suele bablarse de las rebeliones juveniles. ¿Qué rebelión más neta y concreta que la de los criollos alzados contra sus padres, a principios del siglo pasado? Los viajeros de aquellos años y los inmediatamente anteriores dan cuenta, invariablemente, de la sorda hostilidad que existía entre criollos y españoles: agravios reales o supuestos que alimentaban rencores muy semejantes a los que Brava de Rueda babía expresado en el Cabildo de Santiago del Estero con crudas palabras. Los marinos Ulloa y Jorge Juan, enviados por Carlos IV para inspeccionar sus dominios, anotan, preocupados, ese sentimiento latente a lo largo de todo el continente americano.
Era lógico, sin embargo, que esa hostilidad creciera. Lo increíble es que el Estado español, muy eficiente en otros aspectos, no haya tenido la suficiente flexibilidad como para paliarla. Pero ciertamente existían muchas elementos que contribuían a exacerbar esa bostilidad.
El comercio, por ejemplo. El sistema de monopolio impuesto por España a sus dominios americanos no era malo: protegía a las débiles industrias locales de la competencia de los paises europeos, especialmente de Inglaterra, y a través de las filtraciones del contrabando permitía que satisfacieran las necesidades más urgentes de las poblaciones. (Por eso Buenos Aires nació y creció bajo el signo del contrabando y cada gobernador que llegaba aquí en los siglos XVI y XVII, después de anunciar enfáticamente que erradicaría el comercio ilícito, entraba tranquilamente en la trenza y se convertía en protector de los contrabandista)
Salvo estas filtraciones, el sistema económico español funcionaba pasablemente, con una condición: que España fuera capaz de abastecer a las Indias. Todo el mecanismo del sistema monopolista se basaba en esa premisa. La península ibérica debía ser el gran Proveedor de las Indias para crear, con éstas, una suerte de "mercado común" o, si se prefiere, un mercado autoabastecido. Y ésa fue la condición que no se dio.
España venia rezagada en la carrera de la industrialización y en el perfeccionamiento de sus hábitos comerciales. De modo que el abastecimiento de mercaderías a las Indias lo hicieron Inglaterra, Francia y los Paises Bajos, principalmente, a través de puertos españoles y con testaferros españoles. Las mercaderías pasaban por Sevilla y Cádiz y marchaban bacía las Indias; Pero su origen no era español. Del mismo modo, las divisas que pagaban estas provisiones -el oro y la plata de las minas americanas, transportadas celosamente en pesados galeones, pasaban por Cádiz o Sevilla y seguían tranquilamente hacia las oficinas de los capitalistas europeos, no españoles. No solamente se empobrecía España: en Londres, en Amsterdam y en Génova se iba concretando el proceso que permitiría a Inglaterra, a fines del siglo XVIIIi, montar una infraestructura industrial sobre la base de la fuerza del vapor y sobre la salud y la vida de millones de obreros.
De modo que en el último tercio del siglo XVIII los gobernantes españoles tuvieron que rectificar urgentemente el rumbo y abrir Parcialmente el comercio americano. El remedio, naturalmente, fue peor que la enfermedad. Los puertos americanos empezaron a llenarse de mercaderías inglesas: paños de toda clase, vajilla, aperos, todos aquellos bienes que reclamaba la incipiente clase media americana Y que España no estaba aún en condiciones de proveer. De allí al libre comercio, al liberalismo total, no había más que un paso. Y como la condición del liberalismo económico era la emancipación política, ningún espíritu lúcido de aquellos años pudo dudar de que el destino final de las colonias españolas en América sería, a largo plazo, el mismo de las trece colonias inglesas en América del Norte. Lo que no pudo preverse es que una combinación increible de sucesos políticos aceleraría el proceso emancipador en muy pocos años.
Esa combinación puede ser sintetizada así: Napoleón + decadencia de la familia real española + invasiones inglesas en Biienos Aires + levantamiento del pueblo español contra los franceses + ansiedad por un comercio libre. En realidad, los sucesos de Mayo de 1810 vinieron enfardados en las paquetes que los mercachifles ingleses depositaban en la aduana de Buenos Aires; y los comerciantes de Buenos Aires, muchos de ellos asociados a las casas comerciales de Cádiz, ya en decadencia, fueron los qie más entusiastamente pugnaron por concretar esa autonomía política que era el propósito del ansiado comercio libre.
Hay que señalar, de paso, la importancia historiográfica que tienen las excurciones comerciales de los mercaderes ingleses por el interior del país. Así como ahora los becarios yanquis andan curioseando por todos lados o investigando extrañísimos temas Para hacer su master, en esa época los ingleses, cargados de manufacturas y revestidos de una serie de extraterritariolidad, andaban por todo el país, anotaban la que veían y oían y luego lo publicaban. Las mejores descripciones de la Argentina en los primeros treinta años del siglo pasado provienen de esas fuentes; y curiosamente, San Martin nunca libró una batalla sin que, casualmente, no hubiera un inglés a su lado dispuesto a hacerle el correspondiente reportaje.
Pero en los elementos qie coincidirían en el objeto final de la emancipación hay que computar unos ejemplares que en los primeros años del siglo pasado empezaron a tener preponderancia en la sociedad colonial, en el mando de sus ideas, convicciones y expectativas: los doctores.
Las Indias no fueron, al principio, lugares receptivos para los letrados. Aqui se apreciaba más a un soldado que tuviera el arcabúz bien engrasado, que a un abogado que sólo venia a meter pleitos. En Buenos Aires, los pocos abogados que babía fueron expulsados Por lo menos una vez, en el siglo XVII. Además, los conquistadores y sus descendientes conocían bien las pocas leyes que usaban: quien más, quien menos podía manejar algunos latinajos y para pleitear por una encomienda de indios o unas fanegas de tierra no se precisaba mucha sabiduría.
Pero a fines del siglo XVIII las cosas empiezan a cambiar. El virreinato del Río de la Plata se convierte en una cosa más compleja, el comercio se activa y los litigios cunden. El máximo tribunal de justicia de estas tierras había estado radicado en el Alto Perú, en Charcas; con la instalación del virreinato se instala una Audiencia en Buenos Aires. Y ya se sabe: donde hay tribunal, abogados hay. Y si no hay se fabrican... La nueva clase media porteña empieza a fabricar abogados enviando a sus hijos a la Universidad de Chuquisaca, en el Alto Perú. Y allí, los muchachos porteños entran a tener contacto con un nuevo mundo de valores jurídicos y filosóficos.
Se ha discutido hasta el hartazgo si los abogados que participaron en la Revolución de Mayo -como Paso, Moreno, Belgrano o Castelli- estaban imbuidos de las ideas democráticas e igualitarias de la Revolución Francesa; o si en cambio no hacían más que dinamizar el viejo concepto español del derecho popular a retomar la soberanía vacante. En este momento no interesa tomar partido en la polémica -en la que, probablemente, las dos partes tienen la mitad de la razón- Pero si interesa señalar esto: la Revolución de Mayo tuvo fundamentos jurídicos y filosóficos. No fue un movimiento puramente político: se lo instrumentó en base a conceptos cargados de contenido filosófico y legal. Y aun después de instalado el primer gobierna patrio, sus integrantes, sobre todo Moreno, se preocuparon en alegar permanentemente los fundamentos racionales del movimiento.
¿Par qué es importante esto? Porque desde su origen se siente adscripto a una fundamentación legal. El argentino, aunque es un analfabeto, siente una intuitiva afección por el legalismo. Existe una reverencia ante la ley que se expresa de las maneras más diferentes en todos los niveles sociales, desde siempre. Y cuando se viola la ley, el sentimiento de culpa se expresa a través de una justificación de la tal violación. Par algo, cada vez que se derroca por la fuerza a un gobierno constitucional, la primera preocupación de los revolucionarios consiste en redactar una proclama que justifique el golpe.
Este sentimiento reverencial ante la ley es uno de las elementos más importantes -y menos señalados- de la vida argentina. Es, además, una de las apoyaturas más positivas de la vida colectiva; piénsese en el enorme significado que tiene la actitud mental de la gente frente a una elección, cuando tácitamente reconoce que aquel que ganó la mayaría de los votos está consagrado legalmente para gobernar. El legalismo de los argentinos es uno de los fundamentos más sólidos de la vida colectiva y ni siquiera las innumerables transgresiones que ha sufrido ha podido desvanecerla.
Y ese beneficio se lo debemos, originariamente al menos, a aquellos engolados doctores salidos de Chuquisaca y más tarde de Córdoba, que enseñaron a las argentinos la importancia del respeto por la ley. Frente al predominio de la fuerza, el otro término dialéctico del proceso histórico nacional, ese legalismo resulta una base duradera y fecunda.

TEXTO DEL HISTORIADOR ARGENTINO FELIX LUNA.

 


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