LAS VUELTAS DE LA CALESITA - FINAL II

 

 

raulcelsoar — 20:26

 

 

 

 

 

INFIERNO

 

 

Final II

 

El muchacho que atendía la calesita se retiró, quedando confinado yo tras el cerco cerrado,  y permanecí en mi banco que había ocupado por varias horas, aunque no resultaba difícil sortear el obstáculo del perímetro para salir de allí.

 

Con las luces de la noche, veo más allá del recinto, en una vereda y bajo un árbol, a toda mi familia, que me observaba; estaban allí mi mujer y mis hijos, mi madre, algún cuñado, mis hermanas; en todos había una mirada de pesar, tristeza, vergüenza y reproche. Bajé mi cabeza y permanecí así unos minutos meditando, pero cuando volví mi mirada al lugar de la congregación, estos personajes se habían desvanecido.

 

Comencé a sentir unos dolores musculares, calambres y contracturas; sentía que me iba metamorfoseando; sonidos anormales, ruidos de cosas que se rompen, y un descontrol muscular y óseo cual si un artista plástico me estuviese moldeando.

 

Cuando se calmó un poco el barullo, atiné a mirar que me había pasado, y me veo convertido en un horripilante monstruo, enclavado en el banco de madera; el aspecto era el de un pez raya, comprobando que tenía la boca en la parte ventral, como suelen tenerla esos animales; la cola terminaba en un tridente, y cubría mi dorso una piel parecida a la de los cocodrilos;  de la parte delantera me salían dos cuernos alargados, en cuyos extremos bailaban un par de globos oculares humanos, que me permitían distinguir toda la escena. En mi lomo había como una  fuente bronceada, en la que ardían brasas,  en cuyo crepitar despedían chispas y un fuerte humo, con olores desagradable y sulfuroso. Mi boca babeaba un líquido verdoso, casi fluorescente, que caía a los tablones del piso.

 

 

La única parte móvil que poseía, eran mis ojos, que se bamboleaban en el desconcierto.

Poco a poco se fueron extinguiendo los carbones encendidos, hasta quedar reducidos a cenizas. Sentía que mi cuerpo se relajaba, y aunque no cambiaba el aspecto monstruoso, sus perfiles se iban suavizando, al adquirir el aspecto de una estatua de yeso. En eso quedé finalmente, conteniendo alguna parte viva de mi, que me permitía presentir lo que ocurría a mi alrededor, escuchar voces, pero todo envuelto en la más completa oscuridad. 

 

Las primeras voces que escuché, debieron ser de agentes de policía, por la jerga que usaban, y estuvieron un rato tomando mediciones, haciendo llamadas por celulares y radios.

 

Finalmente uno dijo: -Bueno, no sabemos nada del loco que abulonó este esperpento al banco. Llamemos a los bomberos para que limpien esto.

 

Escuché entonces el ruido de un golpe, y un quejido, y alguien que exclamaba - ¡Guarda con esa mierda verde!

 

Alguien la había pisado, y resbaló provocándose contusiones y heridas. Sirenas de ambulancias y bomberos ,  se hicieron notorias al llegar al lugar; con alguna herramienta cortaron los tornillos que sujetaban al bloque de yeso, para finalmente sentir que soy arrojado a la caja de un camión, en la cual la figura se parte en dos pedazos, por las expresiones que oigo: - Mirá, estaba relleno de esa porquería verdosa. Tengan cuidado no sea tóxica o algún ácido cáustico.

 

El traqueteo del camión se detuvo; posiblemente tenía una caja volcadora, porque caí envuelto en otros escombros o restos de basura, en un sitio que desconocía. Alguien dijo entonces: -Que nombre raro le han puesto a este basural... Gehema...

 

Creo que permanecí varios días allí, localizando de tanto en tanto los pasos de cartoneros, linyeras, acopiadores de basura, o sintiendo la descarga de otros desperdicios que  se amontonaban a mi alrededor.

 

Entonces un día de viento comenzó el fuego; mucho material combustible alrededor, porque las llamas eran persistentes y voraces; duraron mucho tiempo; primero hicieron estallar partes del yeso, hasta que finalmente lo redujeron a cenizas; en alguna porción de esas cenizas, permanecía alguna neurona mía, porque aún en ese estado, podía tener percepción de algunas cosas que ocurrían en el basural.

 

Un día oigo pasos, voces, y luego el sonido de una pala, una y otra vez y la voz que decía: -Esta tierra es buena; cargá unas paladas de ese lugar; nos servirá para nuestra plantación. Así fue, que mezcladas con tierra, mis cenizas fueron a parar a una bolsa. Ya mi ser estaba desmembrado hasta lo imposible, pero supe que me transportaban a algún lugar, que tal vez sería mi morada definitiva.

 

Me esparcieron mezclado con la tierra, en un pozo donde cuidadosamente plantaron las raíces de un árbol; a medida que iban rellenándolo de tierra, fertilizantes y plaguicidas, fui perdiendo contacto con el mundo exterior.

 

Nunca sabría si el árbol crecería, si daría frutos o al menos sombra, o si se secaría como la higuera maldita de hace dos mil años.

 

Nunca lo supe...

  

 

          

(continuará)

 

 

HOMERO ALCIBIADES RACETO