EL LIBRO DEL AÑO

 

 

EL LIBRO DEL AÑO


Por cierto que no se trata de un olvidable best-seller firmado por Harold Robbins. Tampoco de El Libro Rojo de Mao, ni el Verde de Khadaffi, ni el Marrón de los especuladores. 
Es una obra breve que ha sido paralizada y momificada por la sacralización. Una sacralización de efectos nocivos porque la alejaron de nuestra cotidianidad y directo entusiasmo.
Los argentinos sabemos que si hay un libro que merece lectura, comentario intenso y mucho fervor es la Constitución Nacional. Sabemos que no basta recitar de memoria el Preámbulo y repetir simiescamente la estructura de sus partes. El rito, en este caso, es siervo de la distracción y la indiferencia. La letra palpitante muere en la narcosis de la reiteración insulsa.
Ese pequeño libro es la Sagrada Escritura de nuestra organización colectiva, contiene los mandamientos básicos, responde al consenso diacrónico de nuestra vida nacional y ahora -tras que nunca- al consenso horizontal y sincrónico de todo el país. Debería ser instalada en la cabecera de los argentinos para que antes de dormir podamos beber algunos de sus artículos.
Como una Biblia, imperecedera y sagrada, movilizante, pletórica de contenidos que se abren en flor, inesperadamente, con cada relectura. Cuando la Biblia tuvo que ser escrita nuevamente luego del exilio babilónico, Ezra dispuso que en los oficios religiosos sea leída al pueblo, en forma regular y sistemática, de modo que a la vuelta del año, hasta el último integrante de la comunidad haya podido absorber su infinita sabiduría. No ordenó que se repita automáticamente. Tampoco que se la invoque de manera hueca y cínica. No se debía vivar la palabra de Dios, ni jurar que se gobernaba conforme a ella (para encubrir su violación).
Mucho menos que se gobernaba en nombre de otra palabra superior a esa ley fundamental (entonces no se conocía la palabra "Acta").
Simplemente se debía oír, beber, gustar y asumir el texto santo. Perfecto. Y suficiente.
Los argentinos necesitamos volver a nuestro centro de gravedad y equilibrio que es la Constitución. Fue cincelada can el esfuerzo ingente de generaciones, fue regada con sangre. Es nuestra brújula en planicies de rutina o en la oscuridad de la borrasca. Con ella -ciñéndonos a ella- obtendremos los anhelados frutas de "constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, proveer a la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad". 
Los discursos Y arengas que dicen respaldarse en la Constitución, pero la marginan en los hechos, suenan a faramalla insípida, aunque sean gritados con ferocidad. En el breve tomo de la Constitución Nacional late el sueño de los próceres, la vitalidad de los obreros, el parnaso de los artistas. Con él se realzan los valores de nuestra nacionalidad. Sin él se vacían; queda la cáscara, tanto más resonante cuanto más frágil. La tremenda paradoja -otra frustración que se agrega a las anchas y cansadas espaldas del pueblo argentino- es que no se lo deja vivir plenamente baja el imperio de la ley fundamental. Que para estar adentra de la ley es necesario prescindir de la ley...
Por eso deseamos que en 1982 la Constitución Nacional se convierta en un best-seller. Que acopiemos ejemplares para regalar, releer, recomendar, con el júbilo que nos inyectan las causas justas. Toda ocasión merece la exteriorización de un afecto. Y en esta etapa critica de nuestra bistorta nada mejor que expresarlo a través del libro que nos une. Que aún es fuente de esperanza.


MARCOS AGUINIS

 

LITERATURA CONSTITUCION ARGENTINA