Continúa y se agrava el "annus horribilis" que comenzó en enero de 2009 cuando el Papa Joseph Ratzinger tuvo la mala ocurrencia de levantar la excomunión de cuatro obispos cismáticos lefebvrianos -entre ellos el inglés Richard Williamson, quien negó la existencia de las cámaras de gas y el holocausto de los judíos por parte de los nazis-, lo que hizo estallar una seguidilla de rebeliones en los episcopados europeos. En lugar de aplacarse, la crisis adquiere una nueva dimensión. Como en la Caja de Pandora, la sucesión de abusos sexuales cometidos por sacerdotes y religiosos siguen brotando con efectos devastadores que abarcan a miles de casos en EE.UU., Irlanda, Alemania, Australia y ahora también Italia, donde el semanario L'Espresso denunció ayer la existencia de más de 40 casos que se están investigando. La impresión es que pronto habrá más novedades en estos y otros países.

Poco antes de ser elegido Papa, Ratzinger escribió en la celebración del Calvario en el Coliseo que era necesario combatir "la suciedad" que penetraba y se expandía en la Iglesia. Muchos no terminamos de entender a qué se refería. Ahora está claro: el inminente Benedicto XVI sabía que su destino era muy pronto el pontificado y que la cuestión de los abusos sexuales era una tragedia que podía embestir a la Iglesia y a él mismo.

Era necesario abrir la Caja de Pandora, pero el pontífice elude admitir las culpas propias y del Vaticano, que a partir de los años '80, cuando el cardenal Ratzinger se hizo cargo del estratégico cargo de guardián de la ortodoxia y la disciplina, continuaron en la línea de encubrir, eludir, tapar, trasladar y poner como prioridad el evitar los escándalos en lugar de dar prioridad al sufrimiento de las víctimas y al castigo de los sacerdotes pervertidos.

La Iglesia y el Papa están metidos en una situación muy difícil y Benedicto XVI es sometido a un fuego cruzado que ayer alcanzó un nuevo momento dramático con las denuncias publicadas por el New York Times. En un editorial, el diario escribió que "el Vaticano no ha aprendido de las lecciones por los escándalos de pedofilia en Estados Unidos, que ha llevado al despido de 700 sacerdotes en el arco de tres años".

Siguió: "Los líderes de la Iglesia eligieron proteger a la Iglesia en lugar de los niños. La investigación sobre el padre Lawrence Murphy ilumina el tipo de comportamiento que la Iglesia quiere excusar para evitar los escándalos". La carta de hace unos días del Papa a los católicos irlandeses por el gran escándalo de curas pedófilos en ese país, es "fuerte en perdón, pero mucho menos en la admisión plena de responsabilidades, que los católicos necesitan para reparar los daños de su Iglesia", concluye el matutino neoyorquino.

Benedicto XVI acaba de aceptar la renuncia de monseñor John Magee, un personaje famoso en la Iglesia porque fue secretario personal de tres Papas -Pablo VI, Juan Pablo I y Juan Pablo II-, antes de ser promovido a obispo de la diócesis irlandesa de Cloyne. Magee fue hallado culpable de encubrir con traslados a dos sacerdotes acusados de abusos sexuales contra niños. Magee renunció hace unos meses y se despidió ayer implorando perdón.