POESIA DE LOS INSTRUMENTOS
 

 

 

El violín

 

      Ella me tuvo entre sus manos suaves,

      me arrimó con amor a su mejilla,

      y me arrancó del alma con ternura

      lágrimas y sonrisas.

      Bajo los breves saltos de sus dedos

      me sentí marioneta de armonía

      en mis cuerdas vibrantes liberando

      la música cautiva.

      ¿Cómo puede decirse que mi entraña

      no es más que una oquedad neutra y vacía?

      Mi carne de madera tiene un alma

      sensible y dolorida.

      No canto solo, pero sólo canto

      para quien con su mano me acaricia,

      y mis voces penetran el espíritu

      como fresca llovizna.

      Yo doy a quien me da cuanto desea,

      los demás han de oir mi melodía,

      mas sólo he de entregar mis vibraciones

      a quien conmigo vibra.

 

 

El piano

 

      Rózame con las yemas de los dedos

      y te daré suspiros entrañables.

      Asciende en mis escalas y desciende

      con paso insinuante.

      Hiere mis escalones de marfil

      a golpes de alborozo innumerables,

      y te devolveré por cada impacto

      un grito apasionante.

      Oh, qué limitación agotadora.

      Tener tus miembros a mi propio alcance,

      y carecer de labios que te besen,

      y brazos que te abracen.

      Recórreme sin tregua en los arpegios,

      arráncame las voces que en mí yacen,

      despiértame a la vida con tus manos,

      no ceses de tocarme.

      Yo sólo puedo darte mi armonía,

      pero es como si el alma fuera a darte,

      filtrándome en tu cuerpo por los dedos,

      y amarte, amarte, amarte.

 

             

      El clarinete

 

      Permite que penetre entre tus labios

      la rigidez de mi afilada punta,

      y humedezca tu lengua el orificio

      en que tu soplo irrumpa.

      Presiona con tus dedos en mis llaves,

      y habrás de hacer mis vibraciones tuyas,

      desprendiendo sonora catarata

      a un tiempo alta y profunda.

      Vengo hacia tí con ansias de armonía,

      y tú sola serás quien la descubra,

      vertiendo en mí el poder de tus pulmones,

      con pasión o ternura.

      Te daré una explosión de sentimientos

      que habrán de saturar tu alma desnuda,

      y un estremecimiento habrá en tus manos

      haciendo amor y música.

 

       

      El arpa

 

      Abrázame, mujer, con la ternura

      del suave amor que sólo vive en sueños;

      reclina la mejilla en mi columna,

      bésame con tu pelo.

      Desliza sobre el muro de mis cuerdas

      la magia delicada de tus dedos,

      dando voz a la oculta melodía

      dormida en mi silencio.

      Y al destrenzar mis notas, el tumulto

      de sonrisas que arrancas y te ofrezco

      pondrá en la curvatura de mi espalda

      dulce estremecimiento.

      Cierra los ojos, dame tus caricias,

      y yo he de darte un canto siempre nuevo,

      y un temblor en la piel que ha de agitarte

      con cierto desconcierto.

 

       

    

      El violoncelo

 

      Abre tus muslos a mi cuerpo, amiga,

      y déjame soñar con ser tu amante;

      y al estrechar mi cuello entre tus dedos

      sé gentil y sé afable.

      Con la suave presión de tus rodillas

      en mis costados siento que renace

      una pasión que invade mis entrañas

      y a tí misma te invade.

      Renueva sin cesar las pulsaciones

      que han de llenar todas mis cavidades,

      y deja resonar el eco ardiente

      de mis notas sensuales.

      Enciérrame en tu abrazo, estrecha el cerco,

      anúdate a mí en lazos perdurables,

      que como tú lo has hecho, amada mía,

      nadie sabrá tocarme.

 

 

       

      El tambor

 

      "Del salón en el ángulo oscuro..." (Bécquer)

      Mudo el ritmo marcial de otros momentos,

      quieto el vaivén de muslos y caderas,

      relegado a fatídico abandono,

      en la estancia desierta.

      Sin corazón bajo la piel tirante,

      callado el palpitar y la cadencia,

      huérfano de palillos y de manos,

      silencioso profeta.

      Su círculo de cromo ya ha perdido

      la brillantez y el lustre, y ahora sueña

      con el fulgor de esplendorosas marchas

      en una vida nueva.

      ¿Quién habrá de venir a rescatarle?

      ¿Quién otra vez desatará su lengua?

      ¿Quién resucitará el redoble airoso

      de su alegría muerta?

      El, como yo, olvidado visionario,

      siempre con esperanza y a la espera,

      siempre con nuestro ritmo suprimido,

      en permanente oferta.

 

FRANCISCO ALVAREZ HIDALGO

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