EL CRIMEN OCCIDENTAL

19.11.2013 10:47
raulcelsoar — 09:42 Tags: 

VIVIANE FORRESTER

 

El crimen occidental

 

Viviane Forrester 

EL CRIMEN OCCIDENTAL 

 

El horror que había hecho centro en mí era europeo.

 

 VIVIANE FORRESTER, Ce soir, après la guerre.  

 

COLABORACIÓN  DE LAURA VIZCAY  

 

¿Cómo olvidar el horror europeo, exorcizar sus huellas, susestremecimientos? ¿Cómo encubrir la persistencia de sus pulsionesoriginales y, sobre todo, cómo seguir considerando la era nazi comouna monstruosidad episódica, vergonzosa, vencida, erradicada, a laque bastaría con oponer en lo sucesivo la letanía de los “Esto nuncamás”? 

 

La heroica virtud de esta declaración, pronunciada con el mentónfirme, la mirada intrépida, nos ahorra analizar, definir “esto”, vislumbrarla diversidad de formas que puede asumir y qué incluye de nuestraspropias marcas.

 

La energía de esta expresión, que no responde tanto alcariz de un anhelo, de una decisión, como al de una constatación,permite tomar ese deseo fervoroso, esa intención vaga y perentoria -ese wishfull thinking, como se diría en inglés- por un compromiso yarealizado, una misión cumplida, una conclusión adquirida, un escudosuficiente que nos emancipa y libera de cualquier vigilancia. Cronologíaperfecta: Tercer Reich, guerra, aliados victoriosos, el problema estáresuelto. 

 

Hay un detalle, sin embargo, una laguna, que va en contra de esteepílogo: la guerra contra el nazismo no ha tenido lugar. La Alemaniaconquistadora fue combatida, con retraso, mediante las armas, y fuevencida: no hubo una insurrección interior notoria en oposición alrégimen nazi ni una sublevación general, universal, en su contra, asícomo tampoco una repulsión instintiva, un rechazo deliberado, y sinduda ninguna resistencia internacional espontánea, inmediata, dirigidacontra la doctrina y los actos de Hitler a partir de 1933, ni siquiera en elmomento en que no se cuestionó el derecho de injerencia. 

 

A modo de reacción, en 1938, cuando esos actos y esa doctrina ysus delirios se desplegaban desde hacía cinco años, se celebraron afines de septiembre la Conferencia de Múnich -ese consentimientooficial, apresurado y hasta obsequioso, y sobre todo traidor, de losgobiernos francés e inglés a la política expansionista del Reich, sin quese pusiera en tela de juicio o se mencionara siquiera la barbarie nazi yaampliamente manifiesta- y la Conferencia de Évian, celebrada del 6 al15 de julio, durante la cual 33 países reunidos por Estados Unidos1 ibana ponerse de acuerdo sobre la ampliación de sus cupos de inmigracióncon el objeto de poder acoger a los judíos víctimas de la ideologíahitleriana.

 

Todos, salvo Holanda y Dinamarca, se negaron -EstadosUnidos en primer lugar- a considerar la menor flexibilidad de los magroscontingentes ya autorizados. Al contrario, después de la conferencia, laArgentina, el Uruguay, México y Chile redujeron sus tasas deinmigración. Cada país había expresado los motivos de su rechazo.Australia, olvidando alegremente a sus aborígenes y el trato que se leshabía infligido, declaró que nunca había experimentado ningúnproblema racial y que quería evitar “crear uno”.* Y fue ese país el que,inmediatamente después de la guerra, hizo publicar en la prensainternacional anuncios en los que solicitaba encarecidamente quefuesen a poblar sus territorios menos habitados, los que ponía adisposición de los nuevos inmigrados. 

 

En cuanto a Francia, se declaró “saturada”. Por otra parte, el senadorHenri Bérenger escribió a su ministro: “¿Le interesa a Francia aparecercomo el asilo oficial de todos aquellos que Alemania considera susenemigos naturales? Se introduciría un elemento de antagonismocultural y racial de manera permanente en las relaciones francoalemanas”.Bérenger ya se había inquietado por tener que dejar entrara los “desechos de la inmigración austríaca o alemana”. En conclusión,la delegación podía felicitarse: había “logrado plenamente evitarcontraer algún compromiso concreto”.

 

 Recordemos que en 1938 Hitler no sólo todavía consentía laemigración de los judíos alemanes, sino que la reclamaba, como en eldiscurso pronunciado en Königsberg: “Estamos dispuestos a poner aestos criminales [los judíos] a disposición de esos países, y hasta enbarcos de lujo. Poco importa”. Evidentemente, para ellos se trataba deuna cuestión de salvación. De una salvación todavía posible. El Führer no se privó de burlarse del “llamado del presidenteRoosevelt a los otros países, mientras que Estados Unidos mantiene supropio contingente de inmigración”.

 

 O bien de ironizar: “Si existe un paísque estime que no tiene suficientes judíos, estaría feliz de enviarle atodos los nuestros”. Ni Goering se priva de citar: “El Führer les va adecir a los otros países: ‘¿Por qué hablan ustedes siempre de los judíos? Tómenlos’”. En el Consejo de Ministros del 12 de noviembre de1938, Goebbels se reía sarcásticamente:

 

Es curioso comprobar que los países cuya opinión pública se alza a favor de losjudíos siempre se niegan a recibirlos. Dicen que ellos son los pioneros de lacivilización, de los genios de la filosofía y de la creación artística, pero cuando seles quiere hacer aceptar a estos genios, cierran sus fronteras. 

 

Este repudio (colectivo) correspondía a un consentimiento tácito de losensañamientos antisemitas en curso, a una desaprobación de losperseguidos, a una complicidad con lo absurdo; se podría decir que auna fraternidad sorda con sus opresores: un vínculo, en suma, con elsíntoma fundador de la dictadura del Tercer Reich. La prensa nazi no loentendía de otra manera. Por ejemplo, en el Danziger Vorposten sepodía leer: 

 

Nosotros comprobamos que hay un gusto por sentir compasión por los judíoscuando se alimenta así una agitación maliciosa frente a Alemania, pero ningúnEstado está dispuesto a luchar contra la tara de Europa Central aceptando aalgunos miles de judíos. La Conferencia de Évian es por tanto una justificación dela política alemana. 

 

En suma, las democracias occidentales daban carta blanca a Hitler demanera implícita en lo que respecta a esos judíos decididamentemolestos. Rechazados. Aunque oficialmente antirracistas, y hasta moderados, los gobiernosde las grandes potencias dieron muestras de una debilidad patológica,colindante con el masoquismo, frente al dictador naciente que aún nose había afirmado. De su parte no hubo sino negaciones,complacencias, apostasías.

 

Estupefactos por las puestas en escenamagistrales de Hitler, sus dirigentes parecían formar un círculo a sualrededor para buscar sus favores, crédulos y temblorosos, ávidos deengatusarlo. Ni rastros de indignación, de protestas frente a lossaqueos, a las humillaciones, a las persecuciones públicas de judíos yhasta con carteles, a sus detenciones en masa al mismo tiempo que lasde los opositores al régimen, a la reclusión de esos mismos judíos y deesos mismos opositores en cárceles o en campos de concentracióncreados con este fin, como los de Dachau desde 1933, los deBuchenwald en 1937, en Alemania, o inmediatamente después delAnschluss el de Mauthausen en 1938 en Austria. 

 

Pero tampoco se puso ningún obstáculo (a lo sumo algunasprotestas tímidas y breves) a la política extranjera del Reich, a propósitode la cual el derecho de injerencia no se ponía sin embargo en juego.Ningún obstáculo en 1934 al rearme de Alemania en violación del Tratado de Locarno y contra la ocupación de Renania.2 Ese mismo añotuvieron lugar los Juegos Olímpicos en Berlín. Los atletas del mundoentero participaron oficialmente. Éxitos prodigiosos de propaganda.

 

La única condición impuesta por el Comité de los Juegos: los campeonesalemanes judíos deben participar, pero, detalle que parece no perturbara nadie, estos campeones (que tenían prohibido utilizar pistas dedeportes y cualquier medio para su entrenamiento), desde el añoprecedente, son despojados por las leyes de Núremberg de suciudadanía y de sus derechos civiles, como todos los alemanes judíos.Las mismas leyes prohíben, entre otras cosas, todo matrimonio orelación sexual entre judíos y arios bajo pena de cárcel. 

 

En 1938, ninguna reacción ante la anexión de Austria por parte delReich, “una violación”, según la expresión ulterior de Winston Churchill,y el mismo año, ante el anuncio de una invasión a Checoslovaquia -invadida con la bendición general, y en particular con la de Francia-,como vimos: fue Múnich la que pisoteó así el pacto de asistencia mutuaque vinculaba a los dos países.