LOS ABIPONES

 

 

Extraído del libro "LA COLONIA NACIONAL PTE. AVELLANEDA Y SU TIEMPO" lra. Parte, del Doctor Manuel I. Cracogna

LOS ABIPONES

Resumen y transcripciones de la obra "Entre los abipones del Chaco", del R.P. Guillermo Furlong, S.J., basado en las observaciones del P. Martín Dobrizhoffer, S.J., expuestas en su libro "De Abiponibus", con la autoridad que le confirió su experiencia y sus largos años de convivencia con esos indígenas.

 

 

Entre las numerosas parcialidades de los primitivos habitantes de estas regiones los abipones han sido considerados como físicamente bien dotados por la naturaleza, con aspecto semejante a los europeos, distinguiéndose de ellos por el color tostado de su piel, adquirido desde niños por la casi permanente exposición al sol, a cabeza descubierta y por el calor del fuego en las noches invernales.

En su fisonomía, armónica según las proporciones ideales, se advertían los ojos negros, pequeños en general, pero con una capacidad excepcional de penetración para distinguir figuras y objetos a gran distancia.

La nariz, sin ser ancha y chata, era más bien larga y de forma aguileña. En su boca contenían una dentadura blanca y sana, en general carente de caries, que conservaban hasta la muerte.

      

 

 

De talle alto, nos dice el P. Dobrizhoffer: "cien fallas y defectos, comunes en Europa, son enteramente desconocidos a estos indios. Aún más: jamás se verá un abipón con joroba o con piernas torcidas o con enorme vientre o con labios peludos o pies deformes o que tropiece en el hablar".

Eran lampiños y si por casualidad aparecía alguno con barba, se hacían depilar, tarea que se reservaba a las mujeres, mediante una operación de "ablandamiento" de los pelos, con cenizas calientes frotadas sobre la piel a intervenir, para luego arrancarlos sin mayor dolor.

"Ambos sexos son enemigos de todo pelo y aunque parezca increíble se hacen sacar el pelo de las cejas y de los párpados y estos sin excepción... Ponen en ridículo y desprecian a los europeos por llevar pelos en la cara y dicen que los tales son hermanos de los avestruces, que también llevan tupidas cejas..." Según ellos, tenían mejor vista sin pestañas y cejas.

Cuidaban su cabello, grueso y negro como el cuervo. En su estado salvaje solían rasurarse desde la frente hasta la coronilla, usando para ello una valva de molusco que afilaban con piedras, cuando se reducían en las misiones, dejaban crecer su cabello y los retorcían como trenzas que caía sobre los hombros. Las mujeres, para mejor adornarse, mezclaban los cabellos con trocitos de blanco algodón. Y cuando querían demostrar su dolor ante la muerte de alguien, soltaban sus cabellos por la espalda, bien lacios como eran, ya que no existían enrulados.

 

   

Encanecen a edad muy avanzada y son raros los calvos. Los viudos de ambos sexos eran rasurados por completo y la cabeza debía mantenerse siempre cubierta hasta que crecieran de nuevo los cabellos tiempo en que podían contraer nuevas nupcias.

Los abipones despreciaban las modas extrañas y respetaban las de sus antepasados. Por eso se desfiguraban los rostros con distintas marcas para parecer terribles ante sus enemigos e inspirarles temor para vencerlos con facilidad. "Se punzan la piel con una espina aguda y derraman cenizas calientes sobre las heridas lo cual deja una manchita negra. Sobre la frente llevan todos los Abipones una cruz así grabada, como también dos pequeñas líneas desde el extremo de cada ojo y en dirección de las orejas. Como signos raciales se ponen además cuatro líneas transversales en la parte superior de la nariz y entre las cejas".

Era oficio de mujeres viejas el grabado o tatuajes con cenizas y espinas que, aunque mortificantes, era el cumplimiento de una tradición legada por antepasados, sin que se supiera el sentido o significado de tal operación.

Al P. Dobrizhoffer le llamó la atención que no sólo en la frente se grabaran la cruz sino que la usaban con frecuencia en sus vestimentas. Por ello supone que puede haber existido algún contacto con los españoles al principio de la conquista, de quienes tuvieron la señal del cristianismo que aplicaron como simple adorno.

"Las mujeres abiponas, no contentas con aquellas señales comunes a ambos sexos, tatúan sus pechos, cara y brazos con figuras negras de diversas formas, de suerte tal que parecen una alfombra turca. Cuanto mayor es el rango social y mayor su belleza, más son las figuras que llevan".

"Tan pronto como una niña llega a la edad de tomar estado, la obligan a tatuarse según la costumbre. Descansa su cabeza sobre el regazo de una mujer y es alfilereteada para ser embellecida. En vez de alfileres usan espinas y en vez de pinturas, usan sangre mezclada con cenizas".

La operadora va pintando figuras, hundiendo sin piedad las espinas en las delicadas carnes, acompañando su tarea con insultos y burlas a la pobre paciente cada vez que hace oír sus lamentos, sin alcanzar a soportar callada ese dolor interminable.

Hasta que termina el "tratamiento", el suplicio se repite cuatro o cinco días en que la resignada muchacha queda desfigurada hasta que pueda curarse las numerosas heridas, agravadas sin duda, por la toxicidad de las espinas.

Mientras que se recupera, permanece recluida en la vivienda de sus padres, arropada para evitar corrientes de aire frío. Se somete a una dieta reducida a sólo una fruta silvestre que sirve "para enfriar la sangre" (quizá una planta medicinal con propiedades febrífugas).

Los padres, si bien apenados a veces por ver a sus hijas martirizadas de esa manera, están convencidos que ellas ganan en belleza y así pueden estar seguras de no quedar solteras. Sobre esa inconcebible - para nosotros - tortura en aras de una belleza y encanto tan exclusivos de aquellos naturales, llegó la supresión promovida por una cultura más razonable y humana. Así lo dice el ilustre misionero: "Cuando las ideas cristianas comenzaron a tomar fuerza en las Reducciones de los Abipones, esta vil costumbre fue aboliéndose gracias a nuestros esfuerzos y ahora conservan las mujeres su aspecto natural sin agregados algunos".

 

    

Los abipones precristianos - valga la calificación -, solían perforar el labio inferior con algún hierro ardiente o agudo leño y luego colocaban un canuto de paja, de osamenta o resina gomosa(que al endurecer parecía vidrio) como adorno. Lo llamaban tembetá. En cambio, las mujeres llevaban grandes aros pendientes de las orejas perforadas con formas de platillos hechos con hilos de hoja de palmera, bien trenzados o tejidos.

"Diré sin dificultad ni titubeos, nos dice el P. Dobrizhoffer, que los cuerpos de los Abipones son musculosos, robustos, ágiles y capaces de tolerar mayores inclemencias de los tiempos. El ejercicio continuado de cabalgar y de cazar, y los frecuentes pugilatos ya en serio ya por simple deporte, les impide engordar. Están en continuo movimiento y eso les proporciona un cuerpo tan elegante y tan sano que ya quisieran los europeos tenerlos semejantes.

Desconocían las enfermedades tan comunes en Europa, como la gota, epilepsia, cálculos, hidropesía e ictericia. Si bien andaban a pleno sol sin protección alguna, nadie se quejaba de dolor de cabeza. Y en sus andanzas, hallándose sedientos, apagaban su sed con agua de charcos, sucia, barrosa y pútrida. No se alteraba su salud, como si estuvieran inmunizados.

La vida al aire libre, en permanente contacto con los medios naturales, aun los adversos como los calores sofocantes o los crudos inviernos, no hacían nada más que fortalecer su organismo, ya dispuesto desde pequeños a los rigores climáticos y a ejercicios y pruebas para soportar sufrimientos. Es bueno saber que apenas nacidos, los metían en un baño de agua a temperatura natural, así fuera fría. Para los chiquitos no había cunas ni almohadones de plumas, nada de juguetes. Algo más grandes, tenían con ellos su arco y flechas, con las cuales se iban ejercitando para la guerra.

Para sus curaciones, inclusive de graves heridas, usaban una bebida extraída de la alfaroba (?). "Esta planta es para ellos el gran remedio... fácilmente recobran la salud con esta medicina". Pero, quizá era su robustez el elemento que contrarrestaba en gran parte las causas y efectos de las enfermedades.

"Nadie ignora los estragos que en América causan las pestes y la viruela. Los Abipones sufren de ambas cosas como los demás indígenas, pero son raras las muertes por esas causas y eso no obstante lo poco que se cuidan cuando están enfermos". Esta enfermedad (viruela) no la tenían antes de la llegada de los españoles. Quizá estos o los negros de Africa trajeron esa terrible plaga.

"Entre los indios en general, cuando llegaba a una Reducción noticia de haber viruelas, se alarmaban todos sus moradores y al saberse de un caso acaecido en la misma, se dispersaban por los bosques todos ellos. Cada uno huía procurando no ir en línea recta sino dando vueltas y haciendo zigzag para que el mal no pudiera seguirles el rastro". A los enfermos los dejaban solos, poniendo a su lado agua y maíz tostado. Esta actitud, sin embargo, no era general; más aún, con el avance de la educación e instrucción, llegaron a ser más solícitos con los enfermos.

Para ciertas curas, sabían hacer sangrías, abriendo una vena con una espina o cuchillo. No tenían mucha confianza en sus médicos, curanderos y sus medicinas. Por eso demostraban interés en conocer los métodos curativos de los blancos.

"Valientes como eran los abipones, tenían un terror pánico a la muerte. No podían presenciar a uno que estuviese agonizando. Por eso cuando ocurría el caso abandonaban la casa al momento.., o por imposición de las viejas que estos casos asisten al que va a morir... La más vieja, o la de mayor prestigio se colocaba a la cabecera del enfermo y daba fuertes golpes sobre un tambor...

Una vez muerto, le extraían el corazón y la lengua que quemaban o bien cocían primero y daban después a los perros para que los devoraran. Así acabarían con el autor o autores de aquella muerte. "Creo, escribe el P. Dobrizhoffer que los abipones sólo morían en las batallas contra los españoles, en las sorpresas de los tigres y de pura vejez". En general, eran longevos y más las mujeres que los hombres.

Algunas mujeres encargadas de cavar la fosa para la inhumación, sin mucha profundidad para que el peso de la tierra no aplastara al cuerpo exánime.

El cadáver era llevado con solemnidad y enterrado en un bosque, bajo la sombra de los árboles. Cubrían la tumba con ramas para evitar la acción predatoria de las fieras, y encima ponían una jarra "por si acaso el muerto deseaba beber. Cerca del sepulcro colgaban un vestido y clavaban una lanza por si los necesitara el difunto. Si el muerto era un Cacique, mataban junto al sepulcro algunos caballos, costumbre muy general entre todos los indios ecuestres".

Tenían un vago convencimiento del más allá, con todo el culto que rendían a los muertos según sus ritos. Creían que un eco era la voz de algún fallecido y el susurro del vuelo de patitos nocturnos, eran las sombras de "los hombres que ya no existen expresión como perífrasis que usaban para referirse a los desaparecidos a la muerte de un cacique "todos se rasuraban el cabello" y se quemaban las pertenencias del difunto destruyendo también su casa. La viuda e hijos debían levantar otra .Ya no se mencionaba más su nombre y hasta cambiaban de apellido los deudos referidos a la ancianidad de estos habitantes de las selvas de nuestro Chaco austral, era notable su excelente agilidad y destreza para montar durante horas y días bajo ardientes rayos solares, subiendo a los árboles o durmiendo al raso, en medio del frío y de la lluvia; se presentaban valientes en el campo de batalla y poseían, como ya dijimos, una vista aguda y penetrante y una dentadura completa como si fueran jóvenes. "Todo esto sonará a fábula para los europeas. Sin embargo, durante muchos años fui testigo, sostiene el P. Dobrizhoffer, en los pueblos de Abipones, de cuanto he dicho..,las mujeres...eran muchísimas las que pasaban de cien años".

Esta longevidad y esa fortaleza de los Abipones se debe en parte a sus progenitores y en parte a ellos mismos el vigor de la juventud, conservada gracias a su temperancia les acompaña durante toda la vida y es transmitida a sus hijos.

Debe agregarse a esta virtud, el hecho de que nuestros indígenas no se casaban muy jóvenes. Por lo general, alrededor de los treinta años y nunca con mujeres menores de veinte, "lo cual, como enseñan los filósofos y los médicos, lleva a la conservación de las fuerzas, a la prolongación de la vida y a la generación de hijos robustos".

Las mujeres abiponas, según el misionero citado, eran "sumamente recatadas y castas, sobrias y austeras. Aunque pasaban muchos días preparando la chicha para sus esposos, ni la probaban. Tampoco tomaban otras bebidas. El agua pura era la única de las mujeres". Con todo, menciona que reñían entre ellas hasta derramar sangre, a veces. Se insultaban con una frase de gran ofensa para ellos: "Acami Ahamraick", que equivale a "tú eres un muerto o muerta".

Cuando se producía alguna revuelta entre mujeres, que disputaban al aire libre, rodeadas de compañeras y amigas para observar o intervenir en favor de una u otra, los padres o esposos de las contrincantes, desde la distancia con caras risueñas presenciaban el espectáculo, que para ellos era un ejercicio saludable. Recuerda el P. Dobrizhoffer que en cierta ocasión que se había armado una trifulca entre las abiponas, vino uno de los familiares a pedirle que "las asuste con la escopeta", para que se separen. "No fue necesario hacer un disparo al aire. La sola vista de la escopeta las dispersó". Desde adentro de sus moradas, a los gritos, seguían insultándose. Según relatos, esas peleas eran generalmente violentas, con puñetazos, tirones de cabellos y mordiscos.

La influencia cristiana morigeró las costumbres, también en esos aspectos brutales.

Para poder casarse, el abipón debía comprar a su elegida, en un trato con su padre, mediante el ofrecimiento de caballos, una manta, una lanza con punta de hierros o cuentas de cristal. No siempre la doncella acataba tales convenios si fueron urdidos sin su conformidad. Su protesta era huir a los bosques. Y hubo quien recurrió al misionero para deshacer el pacto.

En cambio, de concertarse la boda, la novia, "ruborosa y modesta, con los ojos clavados en el suelo, avanzaba en actitud digna y silenciosa, rodeada por todos lados de curiosos y curiosas", hasta llegar a la casa del novio. Esa visita era nada más que para saludarlo. Y volvía a su casa, seguida de su cortejo de ocho niñas que la cubrían con un manto para protegerla del sol.

En otros dos viajes, repetía la ceremonia y llevaba, a lo que sería su hogar, el telar, ollas, cántaros, etc. Regresa a su casa. Allá va el novio también y come junto a los que ya considera sus suegros. La pareja se instala en la casa de la novia. Allí conviven hasta que llega el primer hijo, con lo cual queda formalizada la familia.

"Las grandes fiestas de los Abipones eran cuando nacía un hijo de Cacique. El advenimiento de este heredero era objeto de fuegos festivos, juegos teatrales, alegres aclamaciones, cánticos, pinturas, esculturas, danzas variadas y otras muestras de satisfacción, festejos que duraban varios días. Las primeras en festejar el acontecimiento eran las niñas, que con ramos de palmas en sus manos, se llegaban a la casa del recién nacido y dando muchas vueltas a la misma, batían sus palmas augurando la futura grandeza del nuevo cacique".

Por nuestra parte, agregamos otros datos de interés. La caza de animales salvajes que era una actividad permanente para el logro del sustento y el uso de los cueros, constituía además un exponente de gran destreza deportiva, sobre tratándose de pumas, avestruces o el yacaré, pues convertían en diversión una tarea harto peligrosa que enfrentaban con admirable coraje.

Numerosos y destacados autores, que bucearon en los caudales culturales de los primitivos aborígenes de nuestro norte, nos han descripto sobre las aficiones   festivas de que hacían gala con verdadera pasión. conocieron un fútbol rústico, usando los pies y la cabeza para impulsar una bola de masa vegetal con propiedades elásticas, que era disputada por dos bandos de numerosos integrantes. Las carreras de caballos, precursoras de nuestras cuadreras, y la natación, eran diversiones muy comunes entre los indígenas de nuestra zona (mocovíes, abipones y tobas).

 

A LA PAGINA DE HISTORIA DE AVELLANEDA  LA OBRA DE LOS ESPAÑOLES

 

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