LOS CONQUISTADORES

 

 

PARA SABER QUIÉNES SOMOS.

 

LOS CONQUISTADORES

 

Ese peón de campo, Juan Ramírez, achinado y charcón, desciende de Juan Ramírez de Velasco, fundador de La Rioja; ese bolichero que se llama Pedro Cabrera tiene en su sangre la sangre ilustre de Jerónimo Luis de Cabrera, de la casa de los marqueses de Cabra ; ese Toledo, changador de ferrocarril, tiene como antepasado a don Fernando de Toledo y Pimentel, primo en cuarto grado de Carlos V; aquel Bazán, camionero, podría jactarse de ser séptimo nieto de Juan Gregorio de Bazán, conquistador del Tucumán y fundador de Talavera de Esteca.
Esas son las cepas de los conquistadores. Apellidos sonoros y redondos que han quedado asociados a empresas hazañosas; sangres blasonadas con heráldicas luces de gules y azur, de sinople y oro. Hoy son el proletariado del interior del país y ni siquiera saben del lustre de sus linajes.
Los conquistadores eran los segundones de aquellas casas españolas: los hermanos segundos, que nada heredaban. Entre meterse a curas a venirse a América, optaron por lo segunda. Igual harían, a fines del siglo pasado, centenares de miles de españoles. Pero los de ahora eran gallegos, mientras que las delsiglo XVI y XVII eran extremeños, vascos y catalanes. Los dos golpes de inmigración española dejaron reputado el perfil de esta raza nuestra, tan mezclada, tan heterogénea, pero cuya esencia sigue siendo profundamente hispánica.
Aquellos españoles, los que vinieron a conquistar reinos y sólo encontraron desolaciones, tenían el genio vivo y áspero, defendían sus privilegios y sus localismos. Se hacían lenguas de sus hazañas, aunque éstas no lo fueran tanto. Un conquistador, Mateo Rozas de Oquendo, tuvo cierta vez un arranque de sinceridad -y a la vez de humorismo, virtud muy rara en esa época tan llena de formalidades- y contó lo que había sido, en realidad, la empresa de la fundación de La Rioja: "Una vez fui a Tcucumán / doblo del estandarte / y caminamos tres dias / fundamos una ciudad /si es ciudad cuatro casas / y mando al Gobernador / tuvo nombrados alcaldes / Juntámonos en cabildo /todos los capitulares y escribimos al virrey/ un pliego de disparates / Para pueblos y heredades /fuimos con mucho trabajo/ Para romper adelante / Que peleamos tres días / con veinte mil capayanes / salimos muhos heridos / ... en pago de este servicio / reclamábamos ezenciones / franquicias y libertades". Y después de semejantes exageraciones, viene la humorística confesión de Rozas de Oquendo: "Mas pues viene la cuaresma /Y tengo que confesarme / Yo restituyo la honra / a los pobres naturales/ Que ni ellos se defendieron/ ni dieron señales/ ...con muy buena voluntad/ partieron con nosotros/ de sus haciendas y lugares/ y no me dé Dios salud si se sacó onza de sangre."
Pera aunque en esas conquistas no se hubiera derramado una "onza de sangre" (lo cual no fue siempre así) la empresa no resultó fácil. Era tan diferente la realidad con que se topaban los conquistadores, que sólo el trabajo de entenderla y asumirla debió ser ciclópeo. Piénsese, por ejemplo, el valor que tendría para aquellos hombres una resma, una simple resma de papel; si se acababa el papel se terminaba la memoria de la comunidad, los libros donde se asentaban las reuniones del Cabildo, los registros de casamientos, nacimientos y muertes, las suplicantes cartas al rey: esas cartas llenas de súplicas y pedimentos -tal como recordaba Rozas de Oquendo- que llegarian a Madrid un año después de escritas y no serían contestadas jamás..., pero que contenían el testimonio de que en un lugar remoto de las Indias, un grupo de españoles y sus hijos continúan sintiéndose parte de ese enorme imperio donde nunca se ponía el sol. Imagínese el trabajo que babrá dado ponerie nombre a las cosas; a todas las cosas nuevas que iban apareciendo en estos paisajes ignotos, insólitas. Ponerle nombre a plantas y animales, a montañas y ríos, a ciudades y gobernaciones; Pues poner nombre a algo, bautizar, significa poseer, mandar, dirigir. Y estos conquistadores de sonoros apellidos, pobres como las ratas y codiciosos de poder y riqueza, tenían como primera misión ésta de cartografiar la tierra inédita que pisaban. Supongo que allí, en esa tarea, empezó a suavizarse el áspero idioma español, la suma de dialectos que camponian la lengua de las huestes. Allí empezaron a chocar el arrastrado tono extremeño y el broncíneo dejo castellano con las palabras indias; y en una misteriosa conjugación empezó a surgir la tonada cordobesa, el esdrújulo riojano, la síncopa correntina... Que es como decir: allí empezó a individualizarse el país argentino.
Pero esto de valerse a si mismo, en la enormidad de distancias que era por entonces la Argentina, trajo otra consecuencia muy concreta: el sentido federal de la futura estructuración nacional.
.Cuando se fundaba una ciudad, la primero que hacia el fundador era designar un Cabildo. Media docena o más de vecinos lo componían, distribuyéndose funciones perfectamente reglamentadas por las Leyes de Indias. De allí en adelante, todos los días1? de enero, indefectiblemente, los cabildantes salientes elegían a sus sucesores, quienes a su vez durarían un año. Y ese Cabildo era la autoridad suprema de la ciudad y su jurisdición. El Cabildo podía hacerlo todo: desde escribir al rey pasando por sobre sus "mandos naturales" -e1 gobernador, el virrey, la audiencia- hasta negarse a cumplir una orden superior, viniere de donde viniere. El Cabildo tenía a su cargo algo muy importante: el bien común. Y este término, que resucitó con aire beato y corporativo hace algunos años, tenía en la época de la Conquista un significado preclaro: el bien común era todo aquello que hacia a la tranquilidad, a la libertad, a la dignidad de la comunidad, una comunidad que no abarcaba solamente a los españoles y sus descendientes sino también a los indios, a los criollos pobres y a los negros. Y en nombre del bien común podía desacatarse una orden equivocada, podía dejarse de pagar un tributo o podía negarse ayuda militar a otra ciudad.
Esta potestad, enorme y fundamental, no fue usada con frecuencia, es cierto. Pero existía potenciaImente y afirmaba la conciencia local de las ciudades. Les demostraba que no eran un simple afincamiento entre los miles que contendría el imperío español sino una comunidad con aIma, que merecia pleno respeto. Y Que -a cambio de esto- tenía que arreglárselas como pudiera cuando las cosas apretaban. Por eiemplo cuando se venia un ataque de indios, una epidemia, una sequía.
Entonces los cabildos sacaban fuerzas de flaquezas Y adoptaban sns propios arbitrios. Aquí, en esa potestad y en esta omnipotencia local, radica el germen del federalismo argentino. Todas las comunidades con clara conciencia de pertenecer a una totalidad; pero todas, también, sintiéndose en pleno señorío de su jurisdicción.
Otra linea de consecuencias importantes deriva de la existencia de los cabildos creados por los conquistadores: el self govemment, ejercido de hecho por los criollos durante dos siglos, antes de ocurrir el movimiento de1810. Pues los cabildos estaban integrados, en su mayaría, por criollos descendientes de conquistadores. Pero criollos. Gente distinta de sus antepasados españoles: con otro porte, otro lenguaje, otros hábitos y otras ambiciones. Y allí, en las sedes capitulares, fueron librándose las batallas silenciosas, anónimas, que habrían de preceder a la gran batalla por la emancipación. Hay montones de documentos que acreditan esto. Está, par ejemplo, el caso de ese santiagueño, don José de Bravo de Rueda, que allá por marzo de 1789 salió de la reunión del Cabildo gritando -anota puntualmente el acta- que "se hacían muchas iniquidades y que sólo los hijos de España gobernaban estos parajes sin atender que las criollos y patricios eran más beneméritos y debían ser mucho más atendidos, pues tenían más reatad y amor a sus tierras por ser naturales de ellas". Y cuando "lo llamó el señor Alcalde con la mayor prudencia" -sigue anotando el acta- nuestro bravo le contestó redondamente "no quiero, vaya Vuestra Merced a la mierda".
Palabras -o palabrotas- más a menos, en este tenor se libraban las rencillas entre criollos y españoles que finalmente harian eclosión en 1810. Los españoles de la conquista habían cumplido ya su ciclo histórico. Habian hecho la prospección del territorio, localizaron sus más feraces comarcas, trazaran las grandes rutas troncales -que hoy todavía seguimos- y redondearon con la integración del Río de la Plata y el Alto Perú un continuo geopolítico, un espacio político completo en si mismo. Y además pusieron nombre a las casas, adaptaran su viejo estilo de vida al tipo de vida que el nuevo paisaje les exigía, mezclaron el puchero con el locro y acortaron sus espadas para convertirlas en facones. Cuando el sueño de la conquista se desvaneció Y apareció la ilusión emancipadora en el horizonte de estas vastas tierras, otros tipos humanos habían aparecido y tendían a desplazarlos.
Y los criollos se dispusieron a tomar el poder.

TEXTO DEL HISTORIADOR ARGENTINO FELIX LUNA.


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