VIVENCIAS PERSONALES CON EL HERMANO VITTORIO

 

VIVENCIAS PERSONALES CON EL HERMANO VITTORIO

 

 

    De baja estatura, aunque de aspecto fornido, bien podía pasar por un boxeador, y algunas lenguas que se creían más informadas, cometían la infidencia de relatar sobre su intimidad, de los momentos en que se levantaba por las mañanas bien temprano, y completaba una serie de rutinas gimnásticas, junto a sus oraciones supongo yo, que comprendían los ejercicios comunes al deporte de los puños.

Sus brazos cruzados sobre su pecho, y el corte acerado de sus facciones, pese a su incipiente obesidad, le daban un aspecto de tremendo vigor contenido y de férrea voluntad y decisión para encarar los cometidos que se proponía.

No me cabe duda que cumplió siempre a rajatabla, con sus votos de obediencia y pobreza, inclinándolo ello a ocupar siempre un lugar casi desapercibido, de bajo perfil, salvo en una ocasión anual, que lo tenía como principal protagonista obligado: el festival gimnástico del colegio de sus amores. Me referí a la obediencia y pobreza, dando por descontado el cumplimiento a los votos de castidad, llevando siempre no como una carga sino como una entrega humilde su celibato, siempre al servicio de Dios, a quien eligió servirlo en forma consagrada en la Orden de los Siervos de María, ocupando el último escaño de los Religiosos.

Lo tuve como maestro en casi todos mis años de la primaria, ya sea en las matemáticas, las manualidades o la educación física. Por entonces, se enseñaba una matemática compleja pero práctica, desde los primeros grados del curso primario, y el Hermano Vittorio amenizaba el aprendizaje estimulando el interés del alumnado, promoviendo competencias de ingenio entre los chicos, ayudándolos a pensar y razonar, y por supuesto que para tratar a los números, nos enseño a hacerlo desprovistos de la más mínima y rudimentaria calculadora. Creo que la única herramienta posible en ese ambiente,  podría haber sido el ábaco, con el que sin duda se podían haber hecho más complejas, las divisiones por tres o cuatro cifras en el tercer grado, como así también los cálculos de potenciación y radicación. Recuerdo el gran compás de madera, con un estilete afilado en uno de sus brazos y una abrazadera que permitía la inserción de una tiza en el otro extremo, con el que dibujaba perfectos círculos en el pizarrón, como parte de sus clases de geometría; así pi por radio al cuadrado, o base por altura sobre dos, no eran palabras raras, sino temas que estaban al alcance de nuestras infantiles mentes, mientras soñábamos con llegar a ser como los muchachotes del sexto grado, que resolvían teoremas y ecuaciones, términos inaccesibles y misteriosos que ocupaban los pensamientos de los más investigadores o ansiosos.

También viene a mi memoria el mobiliario de las amplias aulas donde se desarrollaban las clases; grandes bancos de madera, integrados con el asiento y el pupitre, con tapa rebatible, donde guardábamos los útiles: cartera de lona o cuero, algún libro de lectura con dibujos inexistentes, cuadernos, al menos dos: el de clase, principalísimo, y el de los "deberes", para las tareas en casa, no menos importante en su uso, aunque podía tener un aspecto más desaliñado; lápices, raramente un sacapuntas, ya que este elemento era más bien sustituido por la hojitas de afeitar usadas, tintero, y la lapicera con pluma cucharita, causante de tantos desastres, manchones y borrones; primeros tiempos de la lapicera "fuente", con un novedoso sistema de cargado de tinta por succión al presionar un cilindro de goma insertado en otro metálico; después vendrían las lapiceras de mayor calidad, con cartuchos descartables, y de funcionalidad mejorada por la calidad de las plumas y del sistema de drenaje de la tinta; de todos modos, si la dejábamos caer al piso, adiós pluma, aunque afortunadamente éstas casi en todos los modelos eran intercambiables y reemplazables; regla de madera, algunos lápices de colores y papel secante, completaban la utilería necesaria. Otros muebles de las aulas, eran la mesa del maestro, algún gran atril porta mapas, y el famoso pizarrón doble y movible; tenía una parte fija en el fondo, con dibujo de cuadriculado, apto para la exposición de la aritmética y la geometría, sobre el que estaba el pizarrón principal, liso y negro, para las demás "materias" como se denominaban  por entonces a las asignaturas o diferentes disciplinas de la enseñanza; este pizarrón del frente, corría sobre unos rieles, para poder ser desplazado hacia la derecha o la izquierda, y de este modo, permitía sea usado el cuadriculado de la segunda pizarra.  Infaltables eran también el crucifijo en la pared, el puntero (similar a un taco de billar pero más fino), los borradores y la colección de tizas blancas y de colores.

Sigo con el Hermano Vittorio, olvidado después de tanto detalle; también nos enseñaba la disciplina de las manualidades, que hoy denominan como tecnología, y que en los tiempos de finales de la década del cincuenta -del siglo XX claro está- se llamaba "trabajos manuales". Y de eso se trataba exactamente: trabajos con maderas, clavos, sierras, martillos, latas, cartones, terciado y otros elementos, con los que transpirábamos dándole formas a nuestras fantasías. Recuerdo con especial cariño una maqueta de las "barras paralelas" que utilizábamos para los ejercicios físicos, que salió muy bonita, con pintura y todo, elaborada con recortes de palos de escoba y otras maderitas; hoy que descanza en paz el hermano Vittorio, puedo confesar que el ochenta por ciento del trabajo manual, era de autoría de mi fallecido papá. Todos estos "trabajos manuales" se exhibían en la exposición que se realizaba el mismo día del festival gimnástico anual.

La gimnasia, era otra de las pasiones docentes del Hermano Vittorio; se trata de lo que hoy se conoce como educación física; incluia ejercicios conjuntos de calistenia, y diversos con aparatos como bastones, clavas y otros. Salto en alto y salto en largo, salto con trampolín, salto con garrocha, las barras paralelas mencionadas en un párrafo de más arriba, pirámides humanas o distintas figuras en parejas con muestra de habilidades pásticas, de equilibrio y de fuerza. Como tenía yo un físico menudo, y estas figuras gimnásticas se hacían mezclando alumnos de los cursos superiores con los de los nuestros, por lo general me tocaba coronar la pirámide o estar en los puestos más altos, pero debo admitir que no sentía miedo y que tenía confianza ciega en quienes formaban la base, y que eran los forzudos grandulones del quinto o sexto grado. En los festivales gimnásticos, se mostraba a familiares y allegados, todo el espectáculo de los diversos ejercicios y por lo general se culminaba con un encuentro deportivo de básquetbol, actividad a cargo de exalumnos. Para llegar a este festival de la gimnasia, se debía practicar todo el año, y entonces retumbaba la voz del hermano Victorio, dirigiendo los ejercicios calisténicos; ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! no faltando algunos "vivos" que desde la vereda y a través del alambrado, hacían eco de las palabras del hermano Vittorio, hasta colmar la paciencia de éste, al punto que un día, ordenó a dos o tres de los más grandotes de sus alumnos, a que fueran a correr a los molestos mirones: Vayan y desalojen a estos negros de calle, fue el imperioso mandato que puso en fuga a los molestos susodichos.  

Apasionado del ajedrez, hacía docencia de este deporte ciencia, con un tablero que se colgaba del pizarrón, y en el cual las figuras también colgaban con ganchitos en cada casillero, permitiendo de esta manera, indicar los rudimentos de los movimientos de cada pieza, y que los mismos sean observados por toda la clase. Organizaba luego el hermano Vittorio, torneos entre el alumnado, donde algunos privilegiados casi adquirían la categoría de grandes maestros.

Ahora que lo pienso, me llama la atención que no recuerdo haberlo visto a este buen Hermano Religioso en ninguna ceremonia religiosa, misa, procesión, etc. pese a mi condición de monaguillo, la cual me hacía participar de estos eventos en distintos horarios, inclusive los de bien temprano por la mañana. Atribúyase esto a distracción de mi parte y al hecho de la costumbre de ver a los demás curas de la parroquia y al otro Hermano Religio, Rogelio, en todas estas ceremonias.

Debo admitir su dedicación expontánea y fervorosa a la docencia, inculcando los valores de respeto hacia los mayores y hacia las instituciones, el amor al estudio y al trabajo, la buena disposición para la práctica de deportes, y la atracción por los juegos serios y didácticos. "Juego de manos, juego de villanos", era una de las frases que a más de uno de sus alumnos les tocó escribir cien veces en el cuaderno o en el pizarrón, luego de alguna refriega en los recreos. Desbordada su paciencia o burlada su tolerancia, imponíase con métodos expeditivos, por otra parte normales en esa época en la actividad docente; me consta que en una oportunidad, su enojo llegó a tal extremo con un alumno, de los más grandes y que venía con un sulki a la escuela, ya que estaba domiciliado en las postrimerías de la colonia, que lo echó del aula, a los empujones, diciéndole que solamente podría volver a ingresar al colegio acompañado de sus progenitores, y arrojándo con toda su fuerza, el maletín con los útiles escolares al medio del patio, donde un desparramo de hojas, lápices, tintero roto y demás, coronó la precipitada huída del desafortunado alumno infractor  a no sé que norma.

 

   © Homero Alcibíades Raceto , Julio 2006

 

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