Las distintas muertes de los fundadores religiosos

 

Las distintas muertes de los fundadores religiosos 


Por Pbro. Hilmar M. Zanello

 

Según una evocación compartida en la historia de las religiones, no todos sus fundadores murieron de igual forma. Es notorio el contraste entre Gautama el Buda, Muhammad y Jesús.

Shiddharta Gautama, el Buda (es decir, el Despierto, el Iluminado, título con que fue denominado tras lograr la gran meta de su vida, la iluminación) murió anciano de 80 años, en Kusinara, quizá un día de noviembre del año 480 antes de nuestra era.

Lo rodeaban sus monjes más fieles y lo último que hizo fue recordarles la lección de siempre. Las cuatro nobles verdades: "La vida es dolor, porque el ser humano es deseo. Hay un modo de acabar con el dolor que es acabar con el deseo".

El Buda había sido humano pero exigente en que evitemos todo aquello en que se ceba el deseo, nuestro pequeño yo. Enseñó el modo de alcanzar la paz evitando el dolor. Al fin se llega al Nirvana con la muerte. Es la muerte del sabio, del hombre bueno y prudente.

Buda muere experimentando su triunfo religioso en millares de fervientes seguidores.

Más de mil años después, Muhammad muere el 8 de junio del 632 de nuestra era, en Medina, en brazos de la predilecta de sus esposas (las leyes de Arabia en el siglo VII daban por normal la poligamia y Muhammad apenas innovó en las leyes).

Murió al regreso de la peregrinación a La Meca, donde había sido aclamado.

Antes de morir, preguntó a sus seguidores: "¿Creéis que he cumplido todo lo que Dios pedía de mí?". Todos sus innumerables fieles pronunciaron un clamoroso "" a la tarea realizada por su fundador.

En cierta oportunidad, Muhammad sintió la necesidad de convertirse en jefe político y empezó a extender su dominio por toda Arabia, un dominio siempre dirigido a implantar su verdad.

Se decidió por el "Celo de Dios" (Yihad Alah) para luchar por el triunfo del Islam contra los rebeldes, culpables de que la verdad no llegue a los otros. Muere viendo un triunfo de sus ideas en toda Arabia.

Otra muerte distinta acontece un 7 de abril del año 30, cuando Jesús de Nazaret, ajusticiado y crucificado, muere en la cruz.

Su muerte acontece después de crueles e injustas persecuciones, después de atroces formas de tortura inhumana, aplastado por los poderes religiosos y políticos de su tiempo.

Es "un blasfemo, un impostor, un peligro para toda la nación... -decían- merece la muerte". Su muerte, lejos de parecerse a las de los demás fundadores religiosos, ofrece toda la imagen de un verdadero fracaso humano.

Al lado de él cunden las burlas, los sarcasmos y la soledad (salvo algunos valientes seguidores, su madre la Virgen María, su discípulo Juan, algunas pocas mujeres, la mayoría había huido cobardemente).

Pero la historia registra que después de su muerte se puede constatar un sorpresivo nacimiento de lo que constituyó el objetivo de la vida de Jesús. Hombres que experimentan como un nuevo renacer de vida nueva, totalmente transformados en testigos de que esa muerte se había convertido en una vida distinta y nueva, porque tanto Pedro, Juan, Tomás, María Magdalena anunciaban al mundo que Aquél a quien habían dado muerte ahora vive, porque Dios lo ha resucitado.

Verdaderamente, de lo que parecía un fracaso humano ahora nacía esa fuerza nueva que llamamos "El Cristianismo". Los apóstoles constatan con una experiencia irrefutable que Jesús, el mismo Jesús de Nazaret, ahora vive aun después de muerto y que les deja su espíritu. Los seguidores de Jesús comenzaron a dar un sentido a esta muerte, que reinterpretaron, ahora iluminados por la gracia de la fe. Es el mismo proyecto de Dios, realizado por su Hijo, que era dar al hombre la esperanza de una vida nueva, una humanidad nueva, en el hoy y ahora, y en la resurrección futura, participando algún día de la misma vida de Dios.

Nos preguntamos ahora: ¿Qué es el Cristianismo? Ciertamente, pudo traernos un impacto de saludables valores ético-humanistas, la inspiración de hechos culturales y civilizadores. Pero lo nuclear del Cristianismo que es muy importante percibir, que constituye su esencia y que se desprende de todo el Evangelio de Jesús, es la llegada del reino de Dios para el hombre.

Si llegamos a develar este nivel "nuclear" del Cristianismo, nos encontraríamos con su dimensión "mistérica" como fuerza iluminadora y transformadora de la condición humana, que sólo puede entrar desde una fe humilde y confiada, que abre el corazón angustiado del hombre a esa presencia del resucitado Jesús.

Ser cristiano hoy será, entonces, conocer, tomar conciencia del acontecimiento Jesús de Nazaret, abrirse a su persona salvadora y liberadora, adherirse como discípulo y compartir con Él la gran misión y tarea del amor en el mundo y entre los hombres, que será en definitiva la conversión del corazón humano en el "Ágape" cristiano.

 

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