LEY DE LEMAS: PERONISMO Y OPOSICIÓN

 

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CRONICA POLÍTICA


COLUMNA DE OPINIÓN DE ROGELIO ALANIZ


DIARIO "EL LITORAL" DE SANTA FE - 04/12/2004

 

LEY DE LEMAS: PERONISMO Y OPOSICIÓN

 

"La más grande mentira es aquella que produce
un nexo donde no existe nexo alguno".
Wim Wenders

 

Durante más de 10 años, el peronismo fue el exclusivo beneficiario de la Ley de Lemas y ahora pretende ser el exclusivo beneficiario de su derogación. La política en la Provincia de Santa Fe es tan misteriosa que es muy probable que ese designio se cumpla. La vocación del peronismo para ser oficialismo y oposición al mismo tiempo es una tradición nacional que en Santa Fe, mantiene una actualizada vigencia.

No es la primera vez que al peronismo se lo hace responsable de una vocación hegemónica, pero para ser justos habría que decir que las culpas del peronismo se atenúan por la flagrante incapacidad de la oposición para estar a la altura del rol que le asigna la democracia.

A los peronistas les gusta el poder y disfrutan ejerciéndolo; a la oposición pareciera que le gusta más lamentarse de sus desgracias y, cada vez que el destino les brinda la oportunidad de hacer algo distinto, hace exactamente lo contrario.

Recordemos que la Ley de Lemas fue aprobada gracias al apoyo y, en algunos casos, a la iniciativa del sector mayoritario del radicalismo, entonces liderado por Usandizaga, transformado hoy, gracias a la generosidad del peronismo, en un apoltronado y resignado rentista del erario a espera de su jubilación.

Usandizaga, que en aquellos años pretendía ser gobernador de la provincia y se esforzaba en demostrarle al electorado independiente que no tenía nada que ver con el radicalismo, a último momento decidió comportarse como un típico radical. Si es verdad lo que dicen los humoristas que, para un radical, es siempre más importante ganar una interna que una elección nacional, sin duda que se salió con la suya: le ganó a Cáceres en toda la línea, aunque el precio a pagar por ello haya sido el sillón de gobernador. Los peronistas, por supuesto, agradecidos.

La ley de Lemas, no fue una casualidad en la política santafesina; tampoco fue una solución inocente a la crisis. La Ley de lemas nació con la exclusiva intención de asegurar la continuidad política del peronismo en el poder. Contó para ello con el apoyo de Usandizaga, pero su exclusivo beneficiario fue el peronismo.

Al respecto, y a la hora de juzgar la decisión de Usandizaga, habrá que discurrir alguna vez sobre la categoría conceptual de "imbecilidad política", pero más allá de teorías, lo que entonces estaba fuera de discusión es que a los únicos que podría beneficiar el nuevo régimen legal era a los peronistas.

Se dice que la Ley de Lemas deteriora a los partidos políticos. Yo no estoy tan de acuerdo. La Ley de Lemas deteriora a las instituciones, banaliza la democracia, distorsiona el voto ciudadano, pero garantiza la unidad del partido. Sin Ley de Lemas los partidos tradicionales en Uruguay no habrían podido soportar sus disidencias internas. Lo que esta ley electoral garantiza es que todas las corrientes internas trabajen para la misma sigla partidaria, algo imposible de lograr con el sistema tradicional de elección interna.

Digamos que los partidos comprenden que cuando el perdedor de la interna no va a trabajar a favor del candidato ganador porque lo odia cordialmente, es que se inventa este sistema que permite que dos enemigos irreconciliables trabajen para su propio sublema.

Habilitar la elección interna y general en un solo acto es la clave que permite mantener formalmente unida a la sigla partidaria, y lo que permite que los enemigos trabajen para el mismo partido con la ilusión de que los votos del otro lo van ayudar a ganar la elección general.

Se cuenta que una vez los radicales de Entre Ríos viajaron a Villa María para hablar con Amadeo Sabattini. Los correligionarios entrerianos estaban preocupados porque las peleas entre Santander y Uranga eran cada vez más ásperas. Después de atravesar la célebre "cortina de peperina" los radicales le expresaron al caudillo sus miedos. Sabattini los escuchó, se acomodó la bata, tosió y como hablando consigo mismo dijo: "las internas son duras y ponen a prueba la unidad del partido, pero esa unidad está salvada si en la elección general los dos candidatos salen juntos a hacer la campaña, paran en el mismo hotel, hablan en los mismos actos, cenan en el mismo club".

La Ley de Lemas interviene cuando esa regla de juego descripta por Sabattini se rompe. La ley no mejora la vida interna del partido ni corrige los vicios ideológicos, se limita a asumir la dispersión y a mantenerla en el cause partidario.

No son los dirigentes los que se perjudican con la ley de Lemas, sino los afiliados y ciudadanos en general, quienes, por ejemplo, votan a un liberal, pero luego su voto tributa a favor de un fascista. Así considerada, la ley es una trampa, un dispositivo pensado para favorecer las burocracias partidarias en alianza con los poderes económicos que intervienen desvergonzadamente en la vida interna de los partidos.

Pero regresemos a Santa Fe. Lo cierto es que los responsables de la célebre "Cooperativa", los que más contribuyeron para que la política se transforme en sinónimo de corrupción, fueron los que lograron sancionar una ley hecha a la medida de sus intereses y presentar como candidato a una persona que se jactaba de su condición de apolítico, alguien más cercano a la tradición liberal que al folclore populista, una especie de Natale primario, sin la lucidez intelectual ni la cultura política del dirigente demoprogresista y, por lo tanto, funcional a la cultura peronista en versión menemista.

Atendiendo a las condiciones y a los métodos que se aplicaron para que este sistema electoral fuera aprobado, bien podría calificarse a la ley de Lemas como "la mal nacida". Alguna vez habrá que indagar sobre los costos que pagó la provincia y las funciones públicas que cedió, para que algunos legisladores levanten la mano. Pero desde el punto de vista institucional, esta ley demostró que el peronismo a la hora de discutir el poder estaba decidido a apostar fuerte sin preocuparse demasiado sobre la calidad del naipe.

Tanto se han contaminado las prácticas políticas en la provincia que a esta altura parece una ingenuidad recordar que para que la democracia funcione es necesario que las leyes no sean manipuladas, que los organismos de control no estén ocupados por los favoritos del oficialismo y que la alternancia no sea un adorno de la democracia, sino una fórmula indispensable para asegurar la salud de las instituciones.

En Santa Fe, el poder político es controlado por el peronismo desde hace más de veinte años. Sin exageraciones, podría decirse que en la provincia se ha constituido una suerte de régimen que Yrigoyen estaría tentado a calificar de falaz y descreído. Con todo, nuestra provincia no es Santiago del Estero. Por el contrario, es uno de los territorios más ricos de la Argentina: diversidad económica, excelentes recursos humanos, ciudades pujantes y progresistas, dan cuenta de una realidad muy alejada de la pobreza, el atraso y el vasallaje servil de Santiago del Estero.

Es por eso que acá no es concebible un liderazgo paternalista, primitivo y autoritario como el de los Juárez. Otra sociedad civil, otro piso cultural, otros hábitos culturales, otra geografía económica, otras tradiciones históricas, marcan una diferencia que de alguna manera condicionan la naturaleza de los sistemas de dominación.

El régimen en Santa Fe es mucho más sofisticado, más impersonal. Sus caudillos son más presentables (hasta un energúmeno como Pedro González, en Santiago del Estero, se parecería a Oscar Wilde) y, en algunos casos, más inteligentes. Pero no por eso el sistema de dominación y control de la provincia pierde su condición de régimen, es decir, de sistema institucionalizado para asegurar la continuidad, en el poder, del oficialismo.

Derogada la ley de Lemas, los santafesinos podemos decir que contamos con una vergüenza menos. Pero también la oposición dispone de una bandera menos. El gobernador Obeid puede jactarse de haber cumplido con una promesa electoral y es muy difícil que alguien pueda poner en tela de juicio su afirmación. Para lograr su cometido, debió tensar sus relaciones con el peronismo reutemista que hasta último momento se opuso a dar este paso. Las declaraciones de Pedro González fueron desaforadas, inoportunas y vulgares, pero convengamos que expresaban con grosero realismo el pensamiento de la mayoría de los peronistas decididos a defender la ley de Lemas como garantía para seguir ganando elecciones o como reaseguro institucional para no ir presos.

¿Ahora la oposición tiene asegurado el triunfo electoral? Quien crea esto no conoce a la provincia, no conoce a sus habitantes y mucho menos conoce al peronismo. El oficialismo no dispone de esta herramienta electoral, pero dispone del poder y del argumento que derogó la ley de Lemas. No está escrito, por lo tanto, que el peronismo vaya a perder las elecciones. Para bien o para mal, sigue siendo el partido mayoritario en la provincia. Su representatividad está extendida por todo el territorio y dispone de una formidable capacidad para adaptarse a las circunstancias y disfrutar de los beneficios del poder, incluido el placer de robarle a la oposición sus propias banderas.

Si la oposición quiere ganar las elecciones, deberá proponerse hacer algo diferente a lo que ha hecho hasta ahora y, entre otras cosas, deberá esforzarse por no cometer los errores que en otros momentos la llevaron a perder elecciones que estaban ganadas de antemano. Para decirlo con otras palabras, Santa Fe será en el futuro gobernada por el partido o la coalición que logre convencer a los ciudadanos de que otra provincia es posible. Mientras tanto, como le gustaba decir a un amigo, "nadie tira su camisa sucia si antes no tiene la seguridad de que va a disponer de otra un poco más limpia".