CUENTO DE ANIBAL ZAMER

 

A LA HORA SEÑALADA...

     No pienso dar curso a las hablillas emanadas de lenguas sin sosiego, ya que las mismas sólo se avendrían a justificar el invejecible refrán de "pueblo chico, infierno, infierno, infier..."

     Aunque es obvio, adviértoles que, de esta manera me evito la impasible tarea de emparches y retoques, los cuales en su efecto, pasarían lisa y llanamente a constituirse en enemigo de la verosimilitud de los hechos, una posdata de mis deseos y un escamoteo para  con mis reservas de carbón que prefiero conservar para otros fogones.


 

     En honor a la verdad, debo confesarles que el bien nuestro Santiago tuvo ideas geniales, no le van en saga ocurrencias aquijotadas, las que lo catapultarían a la posteridad como al famoso manchego, con la única diferencia de que el eludido era un subtropicamericano.

     Las de tales cortes, como aquella vez en que , ante la negativa de su hermano menor (A Dios Gracias!), enchaleca un marrano con un paracaídas y lo larga desde lo alto de un molinillo, siendo su inequivocable consecuencia un adiós, tan lacónico como postrero y tan postrero como fatal "cuic".

     Otra, como aquella oportunidad (Y nuevamente a Dios Gracias), en que ató un tronco a los rieles, al solo efecto de presenciar "una catástrofe por desacarrilamiento".

     Y no paso a detallar las ardientes polémicas con su párroco sobre el tema de la indulgencia; donde él, se caracterizaba por ser un férvido, tenaz e inconmovible sostenedor de que el Supremo, perdonaba únicamente y matemáticamente "setenta veces siete" y sin adicionales.


 

     In nhilo tempore, nuestro apóstol en cuestión, se dedicaba a la reparación mecánica de automóviles donde, su genio reportábale laureles y loas a la marchanta.

     No es difícil de inferir por lo que les anticipara que, el oficio de mecánico era la resultante de una de sus aficiones predilectas. Omitimos así las concernientes a su capacidad, la cual, mediante ¡If de had money!, para nada tendríamos que envidiar: satélites, naves espaciales, un fresco de Goya o una suite de Bach, Chopin o Mozart.

     Hecha esta salvedad, me adentro al relato, no sin un cierto resquemor de que el mismo no movilizará plumas mucho más rumbosas y más mordaces.


 

      Mediaba la semana.  Precisamente un jueves, y más precisamente las nueve de la mañana. Invierno, hora en que se siente el frío de la escarcha que se va derritiendo.

      - ¡Qué salga el diablo que lo peleo a mano limpia!, mientras que a fuer de sinceridad en el reto arrojaba una llave picoloro por la ventana.

     Los dos sureños -recién llegados- reían de oreja a oreja.

     Santiago, girando sobre sí mismo se percató de sus presencias; y sin que se esbozase el más nimio titubeo los encaró a puños cerrados: -Si Uds. son diablos o delegados de algunos de sus sindicatos ...... váyanse arremangando ....... de a uno o los dos juntos ........ ¡lo mismo da!

     Prestamente, y no sin que amenguaran sus sonrisas, mostraron sus credenciales de viajantes; para luego adentrase a temas de sus más particulares intereses: llaves, repuestos, etc.

     Después de un largo rato, y a manera de dejar definitivamente concertado y llaveado el desafío, un fuerte apretón de manos..... Los sureños, siempre con esa indisimulada sonrisilla socarrona -tan ostentosa como vehemente- a su imagen de verbiparlantes, que los sobrelleva a la creencia de ser los reyezuelos de todo y en todas partes.

     Serían aproximadamente las 2.10 de la madrugada del viernes, cuando Santiago puso en marcha su auto y partía, al sólo efecto de cumplir con "la hora señalada ...".

     Minutos de camino, estaciona su vehículo y baja, y ... ya el chirrido escalofriante, frío, lúgubre de los negros pórticos del cementerio que se abrían de par en par. Avanzaba por su arteria principal, pisando aquellas últimas hojas secas que el viento arremolineaba. Los pinos con su inalterable y desolador gemido. ¡Solo ellos, tan amigos de los muertos!

     No había hecho aún diez pasos, cuando un ulular de ultratumba, tétrico, espeluznante, escalofriante lúgubres ganó aquel desolado ambiente. Tan escalofriantes, tan lúgubremente fríos ...!

     Más Santiago, sin inmutarse un ápice siguió caminando hacia el lugar donde parecían provenir..... De pronto, dos almas en lo alto de un árbol y siempre, con sus inamenguantes lúgubres gemidos.....

     Más Santiago, las increpó a secas: -"Si son Almas pidan lo que tienen que pedir, sino descuélguense antes que lo hagan por las heridas mortales de mi revólver", mientras que a modo de conclusión de sus deseos, hizo reventar una bala, la que pasó silbando a escasos prefijados centímetros de una de ellas.

      La respuesta inmediata: -No tire, no tire... al instante que, desde los cuatro o cinco metros en que se hallaban asidas se dejaron caer al suelo, no sin que una de ellas no se recalcara el tobillo.

      Las otras balas del tambor, para nada exigieron que se efectivicen los dos mil pesos de la apuesta. Cifra bastante considerable, que le diera lugar a una semana de vacaciones en la isla, y a un festejante inaugural asadito, cuyo apetitante perfume aún expande el viento.

     Concluimos su relato con sus textuales palabras: "- No hay que ser irrespetuosos para con la tranquilidad ¡tan bien ganada! de nuestros antepasados"

ANIBAL L. ZAMER

 

Este cuento obtuvo "Mención Especial" en el certamen literario organizado por la Asociación Santafesina de Escritores. Certamen anual denominado "Mateo Booz" en el género cuento. La mención aludida data del Certamen Anual del año 1980.